martes, 12 de enero de 2010

Ella corría por el prado mientras el la seguía, ella llevaba una margarita en la mano que el le había regalado. Él, él reía a carcajadas mientras corría y respiraba aceleradamente. Ella, ella se cansó de correr, frenó en cuclillas con las manos sobre las rodillas, respiraba acelerada y lo miraba a la cara. Él, comenzó a caminar. Ellos se miraban a los ojos mientras que el lentamente se acercaba a ella, ambos reían, y veían el amor en los ojos del otro. Por fin la alcanzó y la tiró al pasto, entre las flores rosas. Se abrazaron y giraron acostados, como si los dos fueran uno, solo uno, los dos. Se detuvieron y se besaron suavemente, el le acariciaba el pelo y ella lo tomaba por la cintura. La miró a los ojos y le dijo que la amaba, ella lo miró y le dijo que lo amaba aún más. Ambos se amaban más de un simple te amo, se amaban con el corazón y con el alma, se sentían el uno en el otro, cuando se miraban sus corazones latían fuerte, sus ojos brillaban y sus pieles se erizaban, porque cada día que pasaba, cada uno de esos días, cada hora, cada segundo, cada minuto, cada puesta de sol, cada estrella fugaz ante sus ojos, cada planeta a lo lejos, cada vez que veían la luna, cada risa, cada caricia, cada beso. A cada paso, ellos se amaban de una forma única, se juraron amor por siempre, en esta y en las próximas vidas. Aunque no fuera muy real, ellos lo sintieron real, fué real en ese segundo, el mundo se detuvo y solo ellos se encontraban allí, el mundo era de ellos. Por que el amor es lo más grande que hay, ellos se amaban y nada sería más fuerte que su amor. Porque sentir esas mariposas en la panza cada vez que uno lo mira al otro, porque ese amor no se desgastaba con el tiempo, ese amor se fortalecía, ese amor aún se fortalece, eternamente.

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